«El hombre se adentra en la multitud por ahogar el clamor de su propio silencio». 
Rabindranath Tagore

«El silencio es el ruido más fuerte, quizás el más fuerte de los ruidos». 
Miles Davis

«El primer ser que cantó
era poeta sin palabras
que reivindicó el misterio».
José Vicente Anaya

El verbo es entonces palabra y la palabra cobra vida cuando logra penetrar en la escucha sincera del hombre situado en el mundo. Sin embargo hemos de admitir que al habla la precede la actitud más reverente del ser humano: el silencio.

Tal vez sea el silencio estado vital donde se desarrolla todo germen de comunicación, desde él, la conversación más banal es precedida por la mudes de los propios interlocutores. Es también el silencio el espacio de escucha, de contemplación de lo que se oye y por tanto, es imprescindible para hablar de cualquier forma. Es el silencio el estado que precede y sin embargo poco o nada se le concede importancia, no estamos acostumbrados a una vida de silencio; si a algo teme el hombre es a ser silenciado, pues sería regresar al estado primigenio donde el pasmo y el asombro habían confundido hasta las entrañas del hombre y solo atinaba a mirar. En una época cada vez más invadida por los ruidos parece no sólo absurdo sino hasta imposible un verdadero y profundo silencio, y pese a esto la poesía sigue siendo la música callada donde el sentido y la significación cobran verdadera relevancia.

Sólo la captación inmediata del en sí del mundo permite al hombre enmudecer, las palabras sobran, habrá que reservarlas para cuando hagan falta, ya las ausencias cobrarán factura de su desperdicio, y es que como dice Villoro, antes del discurso, estamos en contacto directo con las cosas, las experimentamos y manejamos, nos conmovemos con ellas o en ellas actuamos; pero siempre necesitamos de su presencia. Así entonces el habla sólo es precisa ante la ausencia de las cosas, ante la terrible soledad de la que el hombre es presa fácil, y aún en la soledad el hombre habrá de conceder espacio a su propia voz; habrá de callar para escuchar lo otro. Es pues claro que el poeta y el filósofo comprenden esta situación; el mundo estalla, se presenta ante la mirada siempre joven, es preciso escuchar, ya cuando el hecatombe pasa, entonces las palabras habrán de cumplir su función y rememorar lo que han vislumbrado en el silencio de la soledad.

Si el primer ser canto sin palabras intentemos que nuestras palabras ahora sean sólo el murmullo del silencio, si lo logramos tal vez podamos acceder a un estado donde el eco que se escuche sean los pasos de una presencia que nos trasciende. Sea el silencio ya no la cárcel de las palabras, sino el sitio donde se recrean y logran romper con la monotonía cansada del sin sentido de siempre decir lo mismo. Sea el silencio la voluntad que nos arrastre a nuevas manifestaciones y creaciones de lo verdaderamente humano, sea la poesía su mayor expresión. Y por que no pensarlo, si en el silencio una vez el hombre aprendió a hablar, habrá que aprender a callar.

Pido auxilio a la poesía.

Pedro Calderón de la Barca, me brinda su «Elogio del silencio»…

«Es el silencio un reservado archivo,
donde la discreción tiene su asiento;
moderación del ánimo, que altivo
se arrastrara sin él del pensamiento;
mañoso ardid del menos discursivo,
y del más discursivo entendimiento:
pues a nadie pesó de haber callado,
y a muchos les pesó de haber hablado.
Es contra el más colérico enemigo
el más templado freno de la ira,
de la pasión el más legal testigo,
pues dice más que el que habla el que suspira;
de la verdad tan familiar amigo,
que a la simulación de la mentira
se destiñe la tez, pues cuanto, errante,
mintió la lengua, desmintió el semblante.
Es quietud del espíritu divina,
a quien el mundo contrastar no pudo;
de la modestia imagen peregrina,
que una mano da al labio, otra al escudo.
De cuanto sacrificios vio la indigna
adoración el pez, animal mudo,
prohibido fue que a luz de sacrificio,
aún no estragó a esta virtud el vicio.
Y si de hablar y de callar le dieron
tiempo al que más la perfección codicia,
fue porque al corazón árbitro hicieron
de su sinceridad o su malicia.
No porque del silencio no creyeron
ser el culto mayor de la justicia,
pues si a Dios en sus obras reverencio,
el idioma de Dios es el silencio.
Dígalo el cielo en el primero día
que el poder del Criador manifestaba,
pues en el cielo gran silencio había,
mientras Miguel con el dragón lidiaba.
La tierra, pues, la noche helada y fría
que humano la adoró, en silencio estaba,
y ya por árbitro fue de paz y guerra:
lo que la amaron digan cielo y tierra.
La escuela de Pitágoras cinco años
solamente lición de callar daba;
la Tebaida, en sus cuerdos desengaños
a callar solamente se juntaba;
pues si a propios filósofos y a extraños
retórico el silencio adoctrinaba,
¿qué Gimnasio se orló de más laureles
que el que cursaron fieles y no fieles?»

Mi admirado poeta Federico García Lorca nos lega su «Elegía del Silencio»

«Silencio, ¿dónde llevas
tu cristal empañado
de risas, de palabras
y sollozos del árbol?
¿Cómo limpias, silencio,
el rocío del canto
y las manchas sonoras
que los mares lejanos
dejan sobre la albura
serena de tu manto?
¿Quién cierra tus heridas
cuando sobre los campos
alguna vieja noria
clava su lento dardo
en tu cristal inmenso?
¿Dónde vas si al ocaso
te hieren las campanas
y quiebran tu remanso
las bandadas de coplas
y el gran rumor dorado
que cae sobre los montes
azules sollozando?

El aire del invierno
hace tu azul pedazos,
y troncha tus florestas
el lamentar callado
de alguna fuente fría.
Donde posas tus manos,
la espina de la risa
o el caluroso hachazo
de la pasión encuentras.
Si te vas a los astros,
el zumbido solemne
de los azules pájaros
quiebra el gran equilibrio
de tu escondido cráneo.
Huyendo del sonido
eres sonido mismo,
espectro de armonía,
humo de grito y canto.
Vienes para decirnos
en las noches oscuras
la palabra infinita
sin aliento y sin labios.

Taladrado de estrellas
y maduro de música,
¿dónde llevas, silencio,
tu dolor extrahumano,
dolor de estar cautivo
en la araña melódica,
ciego ya para siempre
tu manantial sagrado?

Hoy arrastran tus ondas
turbias de pensamiento
la ceniza sonora
y el dolor del antaño.
Los ecos de los gritos
que por siempre se fueron.
El estruendo remoto
del mar, momificado.

Si Jehová se ha dormido
sube al trono brillante,
quiébrale en su cabeza
un lucero apagado,
y acaba seriamente
con la música eterna,
la armonía sonora
de luz, y mientras tanto,
vuelve a tu manantial,
donde en la noche eterna,
antes que Dios y el tiempo,
manabas sosegado».

La pluma de Gonzalo Rojas le habla «Al silencio»…

«Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque etás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro».

José Emilio Pacheco… El miedo hace que todo se anule. El silencio, como metáfora del miedo. Continúa con la idea de la incapacidad del ser humano para escucharse sí mismo, para querer conocerse y reconocerse. 
Este poema pone encima de la mesa esos sentimientos, esa sensación de soledad que vivimos en un mundo cada vez más impersonal y José Emilio lo plasma de una manera sencilla y sincera, recubierta de algunas metáforas e imágenes, pero con toda su crudeza. La noche lo envuelve todo, la ceguera humana es cada vez más acusada y el silencio, en un mundo lleno de sonidos, de ruidos y de presencias, es mucho más presente. Es un silencio que va poco a poco acallando al ser humano, a nuestros deseos, a nuestros sentimientos, a nuestra vida…

«La silenciosa noche. Aquí en el bosque
no distingo rumores, no, de ninguna especie.
Los gusanos trabajan.
Los pájaros de presa hacen lo suyo
(seguramente).
Pero no escucho nada.
Sólo el silencio que da miedo. Tan raro,
tan raro, tan escaso se ha vuelto en este mundo
que ya nadie se acuerda como suena,
ya nadie quiere
estar consigo mismo un instante.
Mañana
dejaremos de nuevo la verdadera vida para
mañana.
No asco de ser ni pesadumbre de estar vivo:
extrañeza de hallarse aquí y ahora en esta hora tan muda.
Silencio en este bosque, en esta casa
a la mitad del bosque.
¿Se habrá acabado el mundo?»

El poeta Benedetti me brinda su «Silencio»

«Qué espléndida laguna es el silencio 
allá en la orilla una campana espera 
pero nadie se anima a hundir un remo 
en el espejo de las aguas quietas»

Octavio Paz me ayuda, con su «Silencio»…

«Así como del fondo de la música 
brota una nota 
que mientras vibra crece y se adelgaza 
hasta que en otra música enmudece, 
brota del fondo del silencio 
otro silencio, aguda torre, espada, 
y sube y crece y nos suspende 
y mientras sube caen 
recuerdos, esperanzas, 
las pequeñas mentiras y las grandes, 
y queremos gritar y en la garganta 
se desvanece el grito: 
desembocamos al silencio 
en donde los silencios enmudecen».

Oh, Dios… el silencio en la era del ruido.

Me refugio en la música maravillosa de Ernesto Cortazar II, artista mexicano, integrante de una familia de músicos y compositores consagrados, «EL Silencio de Beethoven» es una creación de este talentoso maestro de la música que con su piano le rinde homenaje a Ludwing Van Beethoven.

Ernesto Cortazar fue un pianista y compositor clásico; su talento musical seguramente provenía de su padre, el Sr. Ernesto Cortazar, quien también fue un reconocido y respetado compositor.

Nacido en la Ciudad de México en el año de 1940, este músico se especializó en hacer la música de fondo para varias películas. Sin embargo, durante sus primeros años artísticos tuvo que tocar en bares, hoteles y convenciones, hasta que el afamado maestro Gustavo César Carreón le dio su primera gran oportunidad.

A partir de aquí, Ernesto ganó fama y reconocimiento mundial, con lo que pudo viajar por todo el mundo para interpretar sus populares composiciones. Después de su muerte, sus hijos Ernesto y Edgar continuaron su legado musical.

Una de las producciones más conocidas de éstos, es la de “Travel Songs de Walt Disney”, la cual refleja el talento -de Ernesto en particular- para adaptar temas musicales de películas como “Aladino” y “El Rey León” para su venta.

Su primer éxito musical fue la canción, titulada “River Dreams”, que compuso para la película “La Risa de la Ciudad”, misma que ganó algunos premios. Con este éxito, su nombre comenzó a ser muy conocido en toda la industria.

Esto le permitió componer canciones para el soundtrack de más de 500 películas, entre las que destacan los temas de “Beethoven’s silence”, “Just for you” y “Leaves in the wind”.

Catalogada quizás como música de piano relajante, la obra de Ernesto fue vasta pues realizó más de 30 álbumes, vendiendo aproximadamente 30 mil copias en casi 70 países diferentes; datos asombrosos si se considera que lo hizo de manera independiente sin pertenecer a ninguna disquera.

La calidad de sus conciertos, temas de películas y el tono dulce de su piano, le han hecho ganar un sitio importante en el talento musical del siglo pasado, mismo que ha sido inmortalizado no sólo por sus obras tan diversas, sino también ahora a través del talento de sus hijos.