De pequeño y de la segura mano de mi padre, nos internábamos en el frondoso bosque de Peralta Ramos, Mar del Plata, lugar que inspiraba toda mi febril imaginación y despertaba todos mis miedos…
Inspiraba en mi una relación intensa e íntima con los árboles. Así, recorriendo distintas Provincias, fui descubriendo cada bosque, cada uno con su personalidad, pero siempre fascinantes.
A medida que fui creciendo, casi sin darme cuenta, comprendí que mi alma estaba hecha de madera y bosques. De ríos lentos y oscuros de los que brotan brumas y leyendas. De crepúsculos eternos, umbrales entre ayeres y mañanas. De jirones de sueños y polvo de estrellas.
Que mi mundo huele a sándalo. A especias cálidas y dulces. A musgo de bosque antiguo olvidado por el sol. A charcas escondidas de aguas quietas y verdes, con líquenes y secretos ocultos en sus oscuras profundidades. A hiedras que envuelven troncos de árboles vetustos. A rayos de luna que se cuelan entre las ramas e iluminan claros encantados. A negra tierra mojada tras una tormenta en otoño. Mi mundo huele a sueños y secretos, al frescor de la sombra y a la calidez del atardecer.
Tanto es lo que siento, mientras escribo, que le pido ayuda a la preciosa pluma de Vicente Valero…»Al bosque le he pedido que cuide de mi alma, que la bañe con jugos luminosos, con sus resinas rojas. No quiero un alma pura: sólo un alma que huela a rama quemada por el sol, a nido y a musgo, a río sin retorno. Le he pedido también al bosque que haga de mi alma un cántaro mejor, barro útil y hermoso, para que puedan servirse de ella los pájaros y los caminantes, los ciervos y las ginetas. Para que puedan todos algún día beber agua misericordiosa, agua del infinito. También le he pedido al bosque el calor de su boca, para que mi alma pueda de este modo y siempre sentir el aliento húmedo de la luz, la saliva fértil de las estaciones, el fermento oscuro de todas las raíces.No quiero un alma pura que solamente mire al cielo. Quiero un alma que lleve su gemido hasta la boca del bosque, y que la salven si pueden los arroyos subterráneos, las promesas del liquen. Y por eso le he pedido al bosque también que lamiera mi alma con su lengua invisible».
Me lastima saber que mi Argentina es uno de los países que mayor tasa de deforestación mostró en los últimos tiempos. Fue tan acelerado el proceso, que en el siglo pasado el país perdió el 70 por ciento de sus bosques nativos: las zonas más afectadas fueron las provincias del Noroeste, los bosques chaqueños y la Selva de Yungas (en Salta, Jujuy, Tucumán y Catamarca). Y las consecuencias son más extendidas de lo que parece: con el bosque también desaparecen animales, plantas y muchas personas se ven obligadas a trasladarse a zonas marginales en las ciudades.