Gran parte de mi vida sólo tuve conciencia de mi “cabeza”, ajena totalmente a que había algo más cuello abajo. Más bien era una “información obvia” en la que mi pensamiento recalaba únicamente cuando se presentaban “desperfectos mecánicos”: cuando el dolor, el accidente, la enfermedad aparecían. ¡Viajé tanto tiempo y a lugares tan distantes, cómodamente instalada en mi tablero de comando mental!

Aunque era tan bello nunca pude acallar las demandas de una co-equiper tan implacable y feroz como la angustia; incorruptiblemente señalando que estaba dejando cerrar demasiadas habitaciones de mi verdadera casa, exponiéndolas a ellas al colapso y a mí toda al derrumbe. Últimamente, he podido captar aspectos muy básicos de mi ser corporal, por ejemplo, cómo es que mis brazos y mis manos son los mensajeros de mi corazón, cuyas sutiles funciones directrices van mucho más lejos y profundo que una bomba de sangre; que son mis piernas y mis pies efectivamente mis medios de locomoción más genuinos para llevarme donde quiero ir –ya no me engaño pensando que los medios de transporte son colectivos, autos, trenes, aviones… estos en realidad son instrumentos de refuerzo en la ejecución-; que mi columna vertebral, como eje central, habla de profundas e invisibles dimensiones del ser, poniendo a mi disposición la flexibilidad, la determinación, la delicadeza, 360º de contacto con el mundo y con los otros, abrir y cerrar…; cómo es dejar que mi panza esté suelta, blanda, para que la vida que el aire trae me ayude a aflojar cuando mi vivir se hace mecánico. Y mis ojos, cómo pueden tocar el mundo cuando miran y apenas atisbarlo cuando sólo ven.

Comparto a continuación dos casos de trabajo terapéutico desde estas coordenadas. En el primero, el trabajo corporal pudo llevar al paciente a descubrir que al entregar el control y soltar su cabeza, ésta se alineaba con la columna, devolviéndole la sensación de centro, de un pulso de vida latiendo en lo profundo que, al liberar el ingreso del aire, abría su pecho y abdomen liberando a su vez el torrente de su energía vital. A medida que su respiración se profundizaba, comenzó a experimentar un estado interno de integridad que puso en cuestión su necesidad de proyectar y sostener hacia el exterior una imagen ficticia de sí mismo. En el segundo, otra paciente, al hacerse consciente de la posibilidad de auto-sostenimiento que le ofrecían sus pies y piernas y tolerar la flexibilización de su pecho con el consecuente mayor ingreso de aire a su sistema, pudo percibir que ya no estaba en peligro, que podía dejar en el pasado las situaciones que de muy niña la habían llevado a contraerse al máximo presa del terror; que todo ese aire que hoy sí podía tomar era el combustible que necesitaba para encontrar el camino de vuelta a sí misma.

  • Mónica Addesso
  • Mail: monica_addesso@yahoo.com.ar
  • Terapeuta Corporal Bioenergética, egresada de la Bioescuela dirigida por la Lic. Norma Litvin, 2009.